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Edwin “Asa” Dix, el turista de New York entre los vascos

Raul Guillermo ROSAS VON RITTERSTEIN

Edwin Augustus “Asa”1 Dix (25 de junio de 1860-24 de agosto de 1911), fue en sus tiempos un conocido autor yankee, especializado en la publicación de literatura de viajes. Otro fruto ya casi podemos decir tardío de la que en un tiempo fue moda de las clases adineradas de las sociedades europeas y americanas, Dix nos ha dejado una obra variada, como prolífico escritor de de artículos y libros sobre sus viajes o de ficción en varias publicaciones, y asimismo, de novelas de corte costumbrista acerca de la vida en New England, como “Deacon Bradbury”, “Old Bowen’s Legacy” y “Prophet’s Landing”, y una historia sobre Samuel de Champlain.2 También trabajó como editor literario del “The Churchman”. Además, compuso el “Musical Critic’s Dream”, que fue una de las obras más difundidas en sus tiempos por la famosa banda de John Philip Sousa.

Dix nació en Newark, New Jersey, hijo de John Edwin y Mary Joy Dix. Concurrió a la Newark Latin School y luego a la Universidad de Princeton, en la cual se graduó en 1881 como Latin Salutatorian, primero de su clase y con el puntaje promedio más elevado —98,5%—, que se había otorgado hasta ese momento. Durante su tiempo en Princeton, fue editor gerente del “The Lit”, recibiendo además la Boudinot Historical Fellowship y otros premios. En 1884 se graduó con los más altos honores en la Columbia Law School y fue luego admitido en las cortes de New York y New Jersey.

El joven Edwin A. Dix con su padre. 1872

El joven Edwin A. Dix con su padre. 1872.

Nuestro viajero recorrió el mundo desde 1890-92. El 15 de agosto de 1895 se casó con Marion Alden Olcott en Cherry Valley, New York. No tuvieron descendencia y pasaron gran parte de su vida conyugal de viaje, invernando en Egipto, Suiza y Colorado. Murió Dix repentinamente en la ciudad de New York como consecuencia de una miocarditis, el 24 de agosto de 1911. En su círculo resultó siempre respetado y admirado, tanto por su cultura como por su savoir faire.

Como él mismo lo señala en la obra que hoy nos ocupa, es decir “Un viaje a través de los Pirineos en pleno verano”3, la recorrida por los Pirineos nunca formó parte del “Grand Tour”, y por éllo no le desconcierta el no hallar compatriotas en ningún punto de su largo desplazamiento por el macizo pirenaico; para él, visitar los Pirineos es algo así como volver a la Edad Media y esas montañas son aún por 1.890 una tierra jamás hollada por sus connacionales y por lo tanto un mundo aparte. Pero Asa, como tantos colegas de su época, era un excelente y entrenado observador, y el tema ya eterno de los vascos no podía menos que llamarle la atención. Más allá de algunas curiosas rémoras, herencia cultural de su educación de New England y transmitidas directamente desde las Islas Británicas de sus antepasados, que tendremos oportunidad de señalar en este artículo, las observaciones de Dix son muy interesantes, casi actuales algunas, y su interés por el enigma de los vascos genuino y desprejuiciado.

Sin más veamos entonces las opiniones de un yankee proverbial en Euskal Herria. Dix accede a las tierras vascas desde la vertiente norte de las montañas, viniendo desde Francia, y se halla con “un pueblo menos afectado por los turistas, intensamente tenaz en su pasado y espoleado todavía por su propio amor local por su país, un pueblo para el cual ‘ser bearnés es más grande que ser francés’ ”.

Resulta curioso y a la vez interesante notar que según la percepción de Dix, y en esto se asemeja mucho a relatos de viajeros que le precedieron en dos o tal vez hasta en cinco siglos, las tierras pirenaicas están como lejos del mundo: “Los Pirineos no están en el camino hacia Italia, como lo están los Alpes. No están en el camino alrededor del mundo... Estrictamente, ni siquiera están en el camino hacia España.” Son un espacio aparte, un “no-lugar” dirían hoy algunos; ¿lo son en realidad...? Lo cierto es que el autor ya va conformando la idea de un lugar fuera de los lugares comunes. La conclusión lógica nos lleva de inmediato a suponer que tampoco sus habitantes serán “comunes”. Y en efecto, a continuación Dix nos habla de Biarritz, y trae a colación nada menos que las historias del tiempo del tristemente famoso Pierre de Lancre: “Excepto por su ubicación en el extremo del salvaje País Vasco, y por lo que ha podido contemplar, cubierto a sí mismo por la obscuridad de los asaltos de ese pueblo vivaz, el lugar tiene poco que contar. Biarritz fue una de las villas vizcaínas denunciadas en el pasado por ‘haberse entregado al culto del diablo’. Todo esto confirmado por Pierre de Lancre, inquisidor de Enrique IV cuya sed de sangre bien podría hacerlo pasar por un Jeffrey francés y el mismo que en 1609 llevó a la muerte a no menos que 800 personas acusadas de practicar la hechicería. Nos cuenta que los demonios y espíritus malignos expulsados de Japón y las Indias se refugiaron aquí en las montañas de Lapurdi. Además, sostiene que las jóvenes de Biarritz, siempre renombradas por su belleza, ‘tienen en el ojo izquierdo una marca impresa por el demonio’ “.

El escenario está armado y los personajes comienzan a poblarlo. Pero antes, al pensar en las tierras del sur de la cordillera, Dix no puede menos que hacer una concesión a los conceptos tradicionales del protestantismo inglés: “Allá, frente a nosotros, se extiende la tierra de la intolerancia y el fanatismo que le dio su ser, el país de Felipe II y su Inquisición. “ Estamos en Baiona: “Abundan en las calles los vascos, y las variadas vestiduras que pueden verse muestran la influencia de esa extraña raza. También hay aquí españoles [va de suyo entonces que para Dix los vascos no son españoles, ni franceses], y una gran cantidad de judíos, mezclándose con el elemento francés nativo. Los hombres llevan la boina, una gorra de lana, similar a las de los escoceses de las tierras bajas, pero más pequeña. Es a veces azul obscura, a veces marrón, y de uso universal más al sur de Bordeaux. Cubierto el vasco, en particular además con su rústica chaqueta de terciopelo, su faja carmesí, calzones obscuros y medias, y las sandalias o zuecos de madera que lleva en los pies, el efecto es vivamente pintoresco. Las mujeres más pobres, como por todas partes en el continente, se vuelven más duras de formas y musculosas con el progreso de la edad. Con la excepción de unas pocas mendigas, todas parecen estar ocupadas, llevando cargas, limpiando sábanas, vigilando sus tenderetes o los pequeños y obscuros negocios bajo las arcadas. Y además aquí los mismos hombres no están ociosos... Aquí en el sur de Francia apenas si puede verse alguna vez esa imagen tan frecuente en Italia y otras partes de Europa, de una mujer arrastrando con esfuerzo un carro de mano o llevando una carga sobre las espaldas en tanto su esposo camina ociosamente mientras fuma feliz una pipa. La historia sobre el regimiento vasco que careciendo de munición se vio obligado a insertar sus cuchillos de largo mango en las bocas de sus mosquetes ha llegado a despertar serias dudas en cuanto a su veracidad. Y esto es muy triste, porque era una historia que los viajeros se esmeraban en honrar [...] y los vascos son siempre pintorescos”.

Artículo sobre Dix, New York Times, 3 de noviembre de 1900, Copyright The New York Times

Artículo sobre Dix, New York Times, 3 de noviembre de 1900, Copyright The New York Times.

“La misma catedral es algo más interesante de lo que esperábamos ver; es una iglesia vasca antes que francesa, tiene una cancel muy alta y altar y carece de transeptos, y el altar está señalado por una impresionante profusión de color y de dorados, que no degenera en mal gusto y que se ilumina vívidamente al entrar la luz del sol meridiano. Las capillas laterales tienen una decoración similar. A lo largo de la parte superior de la nave corren tres niveles de balconadas de roble obscuro con tallas elaboradas. Los sitios en ese sector están reservados a los hombres, mientras las mujeres quedan relegadas a pequeños cojines negros que se ubican en el suelo carente de sillas.

Pese a que nos encontramos todavía del lado francés, la influencia española se marca por todas partes, mientras que la de los vascos predomina sobre ambas.”

Pero al irse adentrando en el país, desaparecen las influencias externas. Dix es en ese momento absolutamente pesimista en cuanto a las posibilidades de supervivencia del pueblo vasco y su cultura, como veremos más adelante. Supone, erradamente, que el desarrollo de las comunicaciones, hoy lo llamaríamos globalización sin lugar a duda, acabará muy rápido con los caracteres diferenciales del los vascos, y lo deplora. En esto, por supuesto, se ha equivocado, pero en cierta forma nos damos cuenta de que el autor trata de comunicar a sus lectores algo del interés que siente por un pueblo “que se va”.4 “En Donibani Lohitzun estamos realmente en el país de los vascos. Uno ve tantos de este pueblo singular en las calles y a lo largo de la costa del Golfo de Vizcaya en general, que las preguntas acerca del mismo casi se vuelven necesarias. Los vascos son todavía la curiosamente mal explicada raza que han sido siempre; los sabios siguen aún en desacuerdo acerca de su origen y el mundo en general apenas conoce sobre ellos más que su nombre. Están dispersos a lo largo de todo este ángulo marítimo inferior de Francia, cubriendo las cercanías de Baiona y en número aún mayor en las adyacentes regiones superiores de España. Parece extraño que los orígenes de esta raza aislada no se conozcan hoy mejor que en el tiempo de Humboldt o Ramond. Y todavía constituyen un motivo de confusión para filólogos e historiadores. Ciertamente la raza ha vivido en este sitio desde los días de los romanos, probablemente desde mucho tiempo antes, fuera de relaciones con el resto del mundo y los períodos de la historia han pasado sin tocarlos. Nadie conoce su marca de nacimiento, ellos mismos la han olvidado. De las numerosas y desesperanzadas teorías opuestas, cada una ofrece aún argumentos ponderables, y cada una destruye las certezas de las otras. Esto parece una cosa increíble. ¿Qué misterio es insoluble ante la cruda luz de la investigación moderna? Hasta el momento en que los defensores del punto de vista de que los vascos vinieron de la Atlántida puedan hacer una tregua con los abogados de su origen fenicio; hasta que la bien cimentada teoría de su afinidad con ciertas razas sudamericanas pueda superar la mejor afirmada teoría de que son ellos los últimos restos de los antiguos íberos; hasta que Moor y Finn, los tártaros y los coptos puedan mezclar amigablemente sus reclamos de parentesco, los vascos permanecerán como son, un hallazgo o más aún, una raza cuyo larga historia ha hecho desaparecer sus orígenes. Se ha dicho que la nomenclatura vasca para los animales domésticos es casi por completo finesa. [...] Esta es una de esas razas independientes marinas y montañesas que siempre han sido muy difíciles para ser conquistadas. De allí el orgullo de los vascos. Los mismos romanos, pese a haber podido derrotarlos, no pudieron subyugarlos. La potente fortaleza romana de Lapurdum (hoy Baiona), no tuvo éxito en infundirles miedo, pese que muchas veces fueron barridos por sus legiones. Desde los mismos inicios de la larga Era Cristiana, los predecesores de estos montañeses y pescadores de rostros francos que hoy vemos en las calles de San Juan, conservaron con obstinación sus montañas sujetas solamente a ellos mismos. Más adelante, tal vez por la necesidad de adaptarse, la raza gradualmente decayó al ir cristalizando a su alrededor los gobiernos generales. Los vascos españoles fueron los primeros en acomodarse, aunque no antes del siglo XIII; finalmente fueron incorporados a la monarquía castellana. Pero en compensación exigieron y obtuvieron derechos muy especiales. Si bien los privilegios especiales conocidos como fueros se acordaron a ciertas otras provincias tanto como a los vascos, los de estos últimos fueron los más extensos y los que más perduraron en el tiempo. Ellos disponían de cinco exenciones especiales: No estaban sujetos a la conscripción militar, tampoco a ciertos impuestos y tasas (en su lugar pagaban una composición única general); tampoco estaban sujetos en general a juicios fuera de sus provincias; tampoco estaban obligados a acuartelar tropas; tampoco reconocían ninguna regulación en sus asuntos internos más allá de la del corregidor, un funcionario representativo seleccionado por el mismo rey. En substancia, estos fueros duraron hasta 1876, cuando el gobierno de Alfonso finalmente los abolió. Mientras que los vascos de España han conservado con dureza, y siempre en disputa, el derecho a un autogobierno virtual, sus hermanos al norte de los Pirineos conservaron largo tiempo una autonomía completa y solamente se incorporaron al ente nacional francés bajo el ímpetu de la Revolución. Sin embargo los vascos conservan la rígida memoria de su independencia, esto los tiene en una no pequeña estima no solamente ante ellos mismos sino además ante sus vecinos. El ferrocarril, los viajes, el tráfico, corroen su solidaridad y pueden con el tiempo llegar a desintegrarla, pero el vasco no ha perdido todavía ni una partícula de su orgullo de clan; esto es en él nativo e inerradicable, no sería otra cosa de lo que es: ‘no soy un hombre’, se jacta, ‘soy un vasco’. Usted notará instintivamente su postura rígida entre los vecinos paisanos franceses; a menudo podrá individualizar a un vasco por su aire. Esto lleva a un resultado peculiar: puesto que todos proceden del mismo linaje elevado, todos son aristócratas; cada vasco es noble ex officio; esto tiene un sentido serio y se cree religiosamente. No hay entre ellos graduaciones de casta. La superior es la única y la raza entera está orgullosa de su sangre y de sus antepasados. No sería improbable que hubiera sido una familia vasca la que originara ese famoso árbol genealógico que señalaba en una nota marginal a medio camino de remontarse en él que: ‘en este tiempo tuvo lugar la Creación’. No son exagerados en su orgullo, como sea, el verdadero vasco se preocupa mucho por su ascendencia y poco por sus dignidades. ‘Donde se sienta un McGregor’, afirmaría también él, ‘allí está la cabecera de la mesa’, y de esta forma no se cuida en nada del liderazgo nominal. Vive una vida libre y atareada en las tierras montañosas o cerca del mar, fuerte, tostado, amante del aire libre, apto para el trabajo duro y sobradamente emprendedor, digno, ‘orgulloso como Lucifer y tan combustible como sus cerillas’, en ningún caso lastimosamente pobre, pero rara vez rico, y nunca tímido ante su propio escudo de armas”.

La muerte de Dix,New York Times 26 de agosto de 1911, Copyright The New York Times

La muerte de Dix,New York Times 26 de agosto de 1911, Copyright The New York Times.

Al mismo tiempo se preocupó Dix por el euskera. Entabla una valiosa defensa del mismo frente a sus detractores y aunque por mor de la extensión no podemos reproducir aquí las valiosas y simpáticas observaciones que demuestran su amplia cultura, sí nos parece digno de mencionar algo: “Un refrán español sostiene que en cuanto a la pronunciación, los vascos escriben ‘Salomón’ y pronuncian ‘Nabucodonosor’. El diablo, alegan, estudió la lengua vasca por sietes años y al fin de dicho período solamente llegó a dominar tres palabras y abandonó su empeño disgustado. ‘El resultado de esto es’, como añade un presto escritor, ‘que el demonio es incapaz de tentar a un vasco porque no puede hablarle y en consecuencia, todos los vascos se van derecho al Cielo’. Por desgracia, en la actualidad, cuando la población está comenzando a hablar francés (idioma que el diablo conoce demasiado bien), ese privilegio comienza a desaparecer”. Dix nos recoge inclusive un pequeño vocabulario en euskera, no muy lejano de aquel más famoso de Aymeric Picaud, pero oigámosle mejor: “Palabras del círculo hogareño, como estas últimas, arrojan luz sobre la vida doméstica de este pueblo. Porque son ellos dedicados a sus familias así como a sus tribus, y muestran uniformemente unas ciertas honestidad y simplicidad hogareñas que subyacen en todas sus actitudes libres. El amor por el contrabando no quita validez a esa honestidad, desde su propio punto de vista en todo caso, ya que el vasco, hombre o mujer, es un contrabandista nato y no se avergüenza de éllo por considerarlo su derecho. Y hacen causa común en lo que a ello respecta. Por años, si un oficial de aduanas descubre a un contrabandista vasco y lo mata en el acto, debe escapar de inmediato del país, ya que el vecindario completo se unirá en la búsqueda de una venganza salvaje y mortal.[...] Esposos, pastores, pescadores, esos son los oficios de la mayoría. Las granjas son pequeñas, de un promedio de 5 acres, y se heredan por primogenitura; cultivan lino, caña y trigo. Según se ha declarado, los primeros balleneros fueron vascos, y Donibani era un puerto de importancia para sus buques. Desde entonces, las ballenas han ido buscando bancos más hacia el norte, y Donibani se ha visto reducida a la más humilde pesca de sardinas y anchoas. [...] la caza y la actividad forestal les son especialmente atractivas. Los marineros vascos se encuentran en todas las aguas, mientras que un gran número de los varones más jóvenes emigra hoy anualmente hacia las costas sudamericanas, para obtener una mejor vida – y evitar la conscripción. Aquellos miembros de la raza que hemos visto durante nuestro viaje, dan una impresión en general favorable. Los hombres, principalmente, tienen el esbelto y firme porte atribuido a ellos pese a que son ‘basura’ vasca, como lo son los ‘crackers’ de Georgia, y los disminuidos-promedio en todas partes. [...] la raza se esfuerza aún por ser distinta, pero los hábitos, e idiomas y las costumbres van mezclándose imperceptiblemente. Hablan francés o patois antes que su propio idioma y en diversas formas tropiezan a lo largo del camino de la amalgama y la asimilación. El mencionar a esta extraña tribu no es tal vez algo fuera de lugar. El proceso nivelador progresa con rapidez, sobre el País Vasco como sobre el mundo, el vapor y la luz eléctrica son los genios de la época, pero destruyen al mismo tiempo que construyen. Como un dato significativo, el gobierno francés refuerza aquí en las escuelas públicas la enseñanza y el habla del francés para desalojar al vasco. De manera similar, el castellano es requerido en las escuelas del otro lado del límite [...] Pocas veces se han diseñado expedientes [el famoso anillo, n. d. t.] tan ingeniosos cuanto desmoralizantes para proscribir el idioma y los sentimientos nativos. ‘Se ha observado con evidencia’, dice uno5, ‘que en los tiempos antiguos los vascos se conservaron a sí mismos fuera del mundo romano; en la edad media permanecieron fuera de la sociedad feudal, mientras que en el día de hoy les agradaría sobremanera mantenerse fuera del mundo moderno’. El espectáculo de esta pequeña confederación, conservando rígidamente su aislamiento a lo largo varios siglos, es muy interesante y, en algunos aspectos, nos afecta, pero la gran resistencia y el prolongado éxito de ella ante todos los intentos de introducirla en la corriente de la vida y el pensamiento modernos, solamente destacan el significado de su derrota final y nos proveen de un comentario expresivo sobre la futilidad de los más determinados esfuerzos de un pueblo para mantenerse a sí mismo aparte de la hermandad de las naciones. El contacto es una manifiesta ley de Dios. Los cinco vascos en el puente de Baiona6, sin socorro posible ante la marea creciente, nos presentan una profecía de seguro cumplimiento sobre el destino de la raza entera ante la ola de la civilización moderna ascendente y en avance.”

Como decíamos más arriba, la observación de la realidad a veces no puede superar en Dix los preconceptos heredados, y olvidando por un momento lo que viene diciendo sobre las peculiaridades vascas, al hablar del cruce de la frontera entre las dos naciones que se reparten el territorio vasco, señala que: “El tren cruza, e instantáneamente nos sentimos cien millas más cerca del Escorial, cien millas más cerca de Felipe y el Auto de fé. [...] El cambio de nacionalidad en estos pueblos fronterizos es siempre claro y sorprendente, y aquí en Irún7 aún más que en otras partes. En tres minutos hemos pasado de Francia a España...”

Aquí nos despediremos del texto de Edwin Augustus Dix, “un yankee en el País de los Fueros”, como podríamos decir parodiando a más de un autor. Sus consideraciones sumamente interesantes, imposibles de ser separadas con todo de la tan especial formación de los ciudadanos de la Nueva Inglaterra, poseen sin embargo un profundo valor y expresan además una real simpatía ante los vascos y su lengua. Tal vez de haber permanecido más tiempo entre ellos, Asa Dix, con su capacidad de asimilación y su criterio abierto, apenas empañado por el culto del progreso civilizatorio tan común entre sus contemporáneos, habría llegado a comprender mejor el enigma de los vascos y liberarse del todo de los preconceptos con los cuales entró a Euskal Herria. Podemos felicitarnos de que ese doloroso símil que postula entre los aundikiak ahogados en Miots y la raza y la cultura vascas haya quedado totalmente desmentido, y desde el hoy saludar con respeto el esfuerzo de este escritor y viajero del otro lado del Atlántico por conocer mejor al pueblo que baila sobre los Pirineos y difundir en su país de origen datos acerca del mismo.

1 Este último fue el nom de plume preferido por el autor para firmar sus obras.

2 En fin de cuentas, el explorador francés de México y el Canadá (1.567-1.635), era en cierta forma un precursor de Dix en su impulso por conocer nuevas tierras.

3 New York y London, G. P. Putnam’s sons, 1890.

4 Elysée Reclús publica su famoso artículo homónimo en la Revue des Deux Mondes en el año 1867, no sería pues curioso que Dix lo hubiera leído y tomado de allí algunos datos. Las coincidencias en la expresión de más de una opinión de Dix señalan por lo demás en ese sentido.

5 Vincent: “In the shadow of the Pyrenees from Basque Land to Carcasonne”, New York, Charles Scribner’s Sons, 1883.

6 Estos cinco vascos son por supuesto los aundikiak asesinados por Pés de Puyenne en 1341. Dix se basa para esta historia, que hemos omitido, en el texto de Taine. Véase nuestro artículo al respecto, “Xaho y Taine sobre los Pirineos; la salvaje historia de Pés de Puyanne”, en Euskonews, 549.

7 También esta parte suena como un eco de aquel aserto de Reclús en la obra que citamos en la nota 4. En efecto, el francés habla de “...la imagen completamente castellana de las villas de Hondarribia, Irun y Donosti,...”

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